Cuando el hombre, inducido a una viva observación, comienza a
mantener una lucha con la naturaleza, siente ante todo el impulso
irrefrenable de someter a sí mismo los objetos. Sin embargo, muy pronto
éstos se le imponen con tal fuerza que siente cuán razonable sea reconocer
su poder y respetar su acción. Apenas se convenza de este influjo recíproco,
caerá en la cuenta de un doble infinito: por parte de los objetos, la
multiplicidad del ser, del devenir y de las relaciones que se entrecruzan de
un modo viviente; por parte de él mismo, la posibilidad de un
perfeccionamiento ilimitado en la medida en que sea capaz de adaptar, tanto
su sensibilidad como su juicio, a formas siempre nuevas de recepción y de
reacción. Esto le proporciona un goce elevado, y decidiría la fortuna de su
vida si obstáculos internos y externos no se opusiesen al bello transcurso de
ésta hasta su culminación. Los años, que primero daban, luego empiezan a
tomar; uno se contenta, en su medida, con lo adquirido, y se disfruta tanto
más en silencio cuanto que, en lo exterior, es rara una participación sincera,
pura y estimulante. ¡Qué pocos se sienten entusiasmados con lo que aparece
sólo al espíritu! Los sentidos, el sentimiento, la pasión ejercen sobre
nosotros un poder mucho mayor, y con razón, pues hemos nacido, no para
observar y meditar, sino para vivir
Teoria de la naturaleza
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