Afirmar que la correspondencia de Cicerón es, en el conjunto de su
inmenso legado literario, la parte del mismo que el lector contemporáneo
puede probablemente sentir como más próxima no responde a un exceso de
entusiasmo. Buena parte de este atractivo se debe a su condición de fuente
histórica excepcional sobre uno de los períodos más apasionantes de la
historia de Roma y aun de Occidente, el final de la República. Por si fuera
poco, este valor documental se ve aquilatado además por el contenido
autobiográfico de quien sin lugar a dudas fue una personalidad
extraordinaria, uno de los protagonistas de esta historia del final de la
República y, lo que es más importante, una de las figuras señeras de la
cultura occidental. Y, a pesar de todo, el interés que suscita va mucho más
allá de su condición documental y atañe al placer de la lectura. Por una
parte, el lector sentirá como cercano el género. En efecto, mientras que la
gran oratoria y la noble tratadística, géneros de los que Cicerón representa
la cima en Roma, apenas tienen cultivo literario en la actualidad, la
epistolografía sigue en cambio gozando de lozanía en el canon occidental,
en lo cual nuestro autor tiene también no poca responsabilidad, ya que a él
le corresponde el mérito de haber otorgado naturaleza literaria a la carta en
Roma. Pero, en todo caso, la razón de la vigencia del epistolario de Cicerón
hay que buscarla más bien en el hecho de que algunas de sus señas de
identidad hallan eco en la sensibilidad moderna.
Cartas III. Cartas a los familiares (Cartas 1-173
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