Los acontecimientos se precipitan y nos sorprenden sin haber concluido nuestra labor. Faltaba el punto final a la trabajosa tarea de tantos años emprendida por el catalanismo. Todavía debe llevarse a cabo el acto solemne en el que Cataluña despierta, y con la completa posesión integral de su conciencia, se dirige a sus otros hermanos de la antigua corona aragonesa, pidiéndoles su colaboración y ofreciéndoles su propia fuerza.

El catalanismo había relegado eso a un último lugar. Comprendía que debía ser toda Cataluña y no la mayoría de los catalanes la que pactase con sus hermanos de raza y civilización, y confiaba resignada en que llegaría la hora. Pero en el fondo de cada uno y en los sentimientos generales de todos los patriotas catalanes, al mismo tiempo que una viva simpatía por los demás reinos de la histórica confederación, se desarrollaban esperanzas de que reviviesen, y del nuevo abrazo que harían con nuestra patria.

Nosotros no hablábamos casi de ello, pero lo presentíamos como un gran misterio próximo a realizarse. En nuestras conversaciones y actos, en las propagandas y discursos, había algo a lo que aludíamos apenas, no atreviéndonos casi a mencionarlo, no fuera a mustiarse al nacer. Eran las ideas de unión de toda la raza catalana, que se presentaría bajo la forma de una federación henchida del espíritu de libertad que vive en todos nosotros