Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha

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Miguel de Cervantes Saavedra dice: «¡Válame Dios, y con cuánta gana
debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este
prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del
segundo Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en
Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he de dar
este contento; que puesto que los agravios despiertan la cólera en los
más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla.
Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido; pero no
me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo
coma, y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me
note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber
detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera
nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los
siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis
heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a
lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el
soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es
esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un
imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa
que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el
soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a
los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase
de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el
cual suele mejorarse con los años.

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