ESCENA DRAMÁTICA
El sol acababa de desaparecer detrás de la cima gigantesca del Dai-Nipón,
el famoso Fusi-Yama, cuyo nombre significa «Diosa de la Felicidad». Al
mismo tiempo, en la espléndida mansión de Foyama, el poderoso daimio
que veinte años antes podía rivalizar en poderío con el mismo Mikado, se
iluminaron las ventanas vertiendo torrentes de pintadas luces sobre la vasta
hatobera de Yokohama. Millares de farolillos de todas formas y colores,
con flores transparentes, dispuestos en las terrazas rodeando las ventanas
bajo las cornisas del palacio, se habían encendido como por encanto,
mientras que sobre las agujas crepitaban los ho-tses, esos extraños fuegos
artificiales que esparcen en torno colores maravillosos y se consumen
lanzando estallidos.
Una muchedumbre compacta había invadido la hatobera que se extendía,
por delante de la opulenta mansión y contemplaba la bahía. Poníala con
frecuencia en conmoción la llegada de ricos palanquines ocupados por
nobles y por damas de la alta aristocracia, llevados por robustos jóvenes y
precedidos de un a modo de paje que iba gritando sin parar:
La heroina de Puerto Arturo
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