La historia que relata Allan Quatermain de la malvada y fascinadora
Mameena, una especie de Elena de Troya zulú, es necesario declarar que
tiene una amplia base histórica. Dejando a un lado a Mameena y sus
artimañas, el relato de la lucha entre los príncipes Cetewayo y Umbelazi
por la sucesión del trono de Zululandia es real.
Cuando las desaveniencias entre ambos se volvieron intolerables a
causa de los disturbios que se originaban en el país, el rey Panda, su padre,
el hijo de Senzangakona y hermano del gran Chaka y de Digaan, que
reinaron antes que él, dijo que «cuando se disputan dos toros jóvenes lo
mejor es que peleen». Así por lo menos me lo dijo el extinto V. B. Fynney,
mi colega en la época de la anexión del Transvaal en 1877, quien, como
Agente de la Frontera Zulú, tal vez, con excepción de sir Theophilus
Shepstone y sir Melmoth Osborn, supiera más de esa tierra y su pueblo que
cualquiera otra persona de su período.
Como resultado de esa indicación de un rey enfurecido, se libró la gran
batalla del Tugela en Endondakusuka, en diciembre de 1856, entre el
partido «Usutu», mandado por Cetewayo, y los partidarios de Umbelazi el
Hermoso, su hermano, que era conocido entre los zulúes como «Indhlovuene-Sihlonti»‘, o «Elefante-con-él-mechón-de-pelo», por un pequeño rizo
que le crecía en la espalda.
Mi amigo, sir Melmoth Osborn, que murió aproximadamente en él año
1897, estuvo presente en esa batalla, aunque no como combatiente.
Recuerdo bien su relato emocionante, hecho hace más de treinta años, de
los acontecimientos de aquel día horrible
Mameena. Hija de la tempestad
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