Discurso sobre las ciencias y las artes. Discurso l origen de la desigualdad

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LA celebridad de Rousseau data del Discurso sobre las ciencias y las artes
y si hubo que esperar al Discurso sobre el origen de la desigualdad para
que «el músico Rousseau» llegara a ser «el filósofo Rousseau», fue porque
la representación del Adivino del pueblo y aún más la Carta sobre la música
francesa pudieron hacer creer al público que la música ocupaba en su vida
un lugar más importante que la filosofía1. Como es costumbre, se vieron
más claros los hechos retrospectivamente y Rousseau logró hacer de «ese
instante de extravío» que lo revelaba a sí mismo el origen de su gloria y de
sus desgracias.
«Esta obra que ha merecido un premio y que me ha dado renombre es,
como mucho, mediocre», escribirá más tarde como Advertencia; y precisará
en el libro VIII de las Confesiones. «Esta obra, llena de calor y de fuerza,
carece absolutamente de lógica y de orden; de todas las que han salido de
mi pluma es la más endeble en cuanto a razonamiento y la más pobre en
cuanto a cifra y armonía»; juicio que únicamente nos parecerá severo si
incluimos en este Discurso todo lo que no hay y que Rousseau explicitará
más tarde. La Academia de Dijon había intentado rejuvenecer una antigua
discusión haciendo entrar en ella un elemento de la mitología de las Luces,
el «restablecimiento de las ciencias y de las artes» después de la noche de la
Edad Media. Quizá esperaba un elogio a Francisco I, a Enrique IV o a Luis
el Grande. Pero Rousseau, que prefiere a Licurgo y a Fabricio, abandona
deliberadamente el contexto histórico impuesto por la pregunta y vuelve a
la oposición clásica entre la ciencia y la virtud

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