Durante todo el día, Efix, el criado de las señoras Pintor, había trabajado para reforzar el dique primitivo, construido por él mismo poco a poco, a fuerza de años y de fatiga, abajo, en el fondo de la pequeña finca, junto al río, y al caer la tarde contemplaba su obra desde arriba, sentado delante de la cabaña, bajo el ribazo glauco de cañas, a media ladera de la blanca Colina de los Palomos.
He aquí, toda a sus pies, silenciosa y a trechos brillante de aguas en el crepúsculo, la pequeña finca, que Efix consideraba más suya que de sus dueñas. Treinta años de posesión y de trabajo la han hecho suya, y los dos setos de chumberas que la cierran de arriba abajo, como dos muros grises serpenteantes de bancal en bancal, desde la colina al río, le parecen los confines del mundo.
El criado no mira más allá de la pequeña finca porque, además, los terrenos de una parte y de otra habían pertenecido en tiempos a sus amas… ¿Para qué recordar el pasado? Nostalgia inútil. Mejor pensar en el porvenir y esperar y confiar en la ayuda de Dios
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