José López Pinillos, que utilizó, sobre todo en su labor periodística, el seudónimo de Parmeno, publicó Cintas rojas, su quinta y última novela breve andaluza, en 1916, de las que sobresale de manera especial.
Su tremendismo primerizo ya anuncia el que, tres décadas más tarde, utilizaría Camilo José Cela. Comprensíblemente, se ha supuesto que constituye una fuente directa, tanto desde un punto de vista expresivo como ambiental, de La familia de Pascual Duarte.
La pauta del relato la marcan los asesinatos en serie cometidos por un bracero. Rafael Luarca, en un cortijuelo, no lejos de Córdoba, con el fin de conseguir el dinero que necesita para presenciar la corrida de feria de su ídolo taurino, Rafael Guerra Guerrita. La trama, que exhibe crueldad y más crueldad en cada una de sus secuencias, es, sin embargo, de una gran simplicidad de motivaciones, de espacios y de tiempo, tal como pedían los preceptistas neoclásicos. Se trataba de todo un reto literario, dado que, en pocas líneas, había que crear el clímax que hiciera creíble y verosímil un personaje tan expuesto a ser visto sólo como una atolondrada marioneta compulsiva. Pero el autor logra que el lector contemple fascinado —más que aterrorizado— cada uno de sus pasos, es decir cada uno de sus ocho crímenes. La pasión que los motiva siempre es la misma, pero en cada caso, con el recurso descriptivo de unos pocos párrafos, cada muerte adquiere singularidad suficiente para permitir reconstruir simbólicamente el carácter y casi la vida previa, de cada una de las víctimas
Sé el primero en opinar "Cintas Rojas"