«¡Qué destino! [el del coronel Chabert]. Salido del hospicio de niños,
vuelve a morir al hospicio de ancianos, después de haber ayudado
en el intervalo a Napoleón a conquistar Egipto y Europa. ¿Sabe
usted, querido mío —repuso Derville después de una pausa—, que
existen en nuestra sociedad tres seres, el sacerdote, el médico y el
hombre de justicia que no pueden estimar el mundo? Usan hábitos
negros, sin duda porque llevan luto por todas las virtudes y por
todas las ilusiones. Pero el más desgraciado de los tres es el
procurador. Cuando el hombre va a buscar al sacerdote, lo hace
impulsado por el arrepentimiento, por los remordimientos por
creencias que le hacen interesante, que le engrandecen y que
consuelan el alma del mediador, cuya labor no deja de ser
agradable, pues tiende a purificar, a reparar y a reconciliar. Pero
nosotros los procuradores vemos siempre repetirse los mismos
malos sentimientos, sin que nada los corrija, y nuestros estudios son
sumideros que no es posible sanear. ¡Cuántas cosas no he
aprendido yo ejerciendo mi profesión! Yo he visto morir a un padre
en un granero sin medio alguno de subsistencia, abandonado por
dos hijos a los que había dado cuarenta mil francos de renta
coronel Chabert, El
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