La elaboración de una historia incaica trajo consigo problemas similares
a los que diversos especialistas han detectado en otras partes del mundo
en el “camino hacia la historia” que ha supuesto su incorporación a
Occidente: los mitos fueron convertidos en alegorías, es decir, en
historias falsas, consideradas tópicos literarios y, como tales, inocuos.
Los mismos criterios que prohibían inútilmente la exportación hacia
América de los libros de caballerías por “profanos”, se oponían a la
ficción por frívola cuando menos. Al historizar los mitos andinos,
tratándolos como fábulas, quizás morales pero no necesariamente
verdaderas, se dejaba espacio para distinguir los aspectos que podían
historizarse de aquellos que quedaban condenados al universo de las
historias falsas. Aquellos puntos historizables eran, ciertamente, los que
podían ingresar dentro de la noción europeo-cristiana de la historia
vigente en el siglo XVI. Pero justamente en medio de esta tarea, vecina a
la evangelización (consideraba la cristianización de la historia,
incluyendo ahora a los pueblos conquistados), los cronistas no pensaron
jamás escribir otra cosa que historia, jamás ficción, ni siquiera cuando
redactaron en verso castellano.
Cronica del Peru. El señorio de los incas
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