Francesco Petrarca tenía razón: si Cicerón no hubiera pronunciado los
discursos contra Marco Antonio, conocidos como Filípicas, no habría
muerto a manos del centurión Herenio el 7 de diciembre del 43 a. C. El
orador había nacido en Arpino sesenta y tres años antes, el 3 de enero del
106 a. C.1 y, tras una larga carrera política en la que había alcanzado el
consulado en el 62 a. C. y una no menos larga e importante dedicación a la
abogacía, la filosofía y la retórica, emprendió, muerto Julio César en las idus
de marzo del 44 a. C., una lucha política contra Marco Antonio que le
llevaría a la muerte. Como consecuencia y reflejo de ese enfrentamiento
Cicerón pronunció ante el Senado y el pueblo diversos discursos, que son
un testimonio de primera mano sobre la última etapa de la vida del orador y
sobre la difícil y agónica situación de la república romana; son unos
acontecimientos bien documentados además por otras fuentes, en especial
por la propia correspondencia del orador, pero también por historiadores
como Veleyo Patérculo, Plutarco —en sus biografías sobre Cicerón, Marco
Antonio y Bruto—, Apiano y Dión Casio. Basándose en estas fuentes, son
muchos los estudios que describen con pormenor el final de la vida de
Cicerón; por ello, he considerado que puede resultar más pertinente reducir,
en estas páginas de presentación de la obra, el campo de mira al contexto en
que se generan los discursos y ofrecer una visión específica —y
necesariamente breve— que atienda a los acontecimientos reflejados en
ellos.
Discursos VI. Filipicas
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