Uttagori empuñó el tomahawak de guerra y lo lanzó al aire recogiéndolo
a su caída con gesto seguro y preciso.
Los guerreros que le rodeaban, en la plaza del poblado iroqués, dieron
un grito de alegría.
—Uttagori, Uttagori—exclamaron después agitando los tomahawak en
señal de fidelidad.
El jefe les contempló con mirada llena de orgullo. Eran unos treinta,
todos de buena estatura, cara bronceada, pómulos salientes y ojos
relampagueantes de ardor y entusiasmo. Ofrecían magnífico aspecto con
sus diademas de plumas y sus cabelleras abundantes, sus calzones que
cubrían la parte superior de las polainas y sus blusas de piel de gamo
abiertas por delante. Varios de ellos tenían adornadas las polainas con las
cabelleras de enemigos muertos en el combate y esto les daba autoridad
sobre los camaradas.
El desollador Uttagori
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