La exploración polar es la forma más radical y al mismo tiempo más solitaria de pasarlo mal que se ha concebido. No existe ningún otro tipo de aventura en que uno se ponga la ropa el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel, la lleve hasta Navidad y, dejando aparte una capa de grasa natural, la encuentre tan limpia como si estuviera nueva. Se está más solo que en Londres y más apartado que en cualquier monasterio, y además el correo no llega más que una vez al año. Así como se comparan las penurias de Francia, Palestina o Mesopotámica, sería interesante contraponer los motivos que se aducen para sostener que la Antártica es una fuente de molestias.
El peor viaje del mundo
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