Cinco eran los hombres, de anchas espaldas y elevada talla, que bebían en
una especie de sombrío tugurio de madera, impregnado de un acre olor de
salmuera y agua del mar. Aquel camaranchón, de techo demasiado bajo para sus
altas estaturas, se estrechaba por un extremo como el cuerpo de una gaviota, y
oscilaba débilmente, exhalando un plañido monótono, con una lentitud de sueño.
Fuera de allí adivinábanse la noche y el mar, pero nada se distinguía desde
dentro; la única abertura recortada en la techumbre estaba cerrada por medio de
una trampa de madera, y no había más luz que la vacilante que irradiaba de una
vieja lámpara suspendida.
Varias ropas mojadas se veían puestas a secar en un hornillo, y el vapor que
de ellas se desprendía, iba a mezclarse con el humo de las pipas de barro que los
bebedores no se quitaban de los labios sino para llevar a ellos sus vasos de hoja
de lata.
El pescador de Islandia
$3.990
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