Ustinia Fiodorovna había subarrendado el rincón más humilde y oscuro
de su casa a Semion Ivanovich Projarchin, un hombre de cierta edad, sobrio
y muy formal. Se trataba de un empleado modesto, al que apenas le llegaba
el sueldo para las necesidades más elementales, y en vista de ello Ustinia
Fiodorovna consideraba que en conciencia no podía cobrarle más de cinco
rublos mensuales de alquiler. Algunos decían que tal generosidad era la
consecuencia de ciertas razones personales. De todos modos, como
despreciando a las malas lenguas, el señor Projarchin había acabado
convirtiéndose en el huésped favorito de Ustinia Fiodorovna, que era una
mujer tan respetable como opulenta, y especialmente aficionada a la carne y
al café, al mismo tiempo que se mostraba como una gran enemiga de los
días de vigilia. Tenía otros huéspedes, pero éstos pagaban efectivamente el
doble que Semion Ivanovich. En realidad, aquellos espíritus revoltosos y
guasones habían perdido su batalla frente a la patrona, al mofarse de la
ínfima posición de su compañero de hospedaje. De no ser porque eran
formales en el pago, Ustinia Fiodorovna jamás hubiera consentido que
estuvieran en su casa.
El señor Projarchin
$3.990
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