De los aragoneses ha podido decirse bien que son largos en acometer hazañas y cortos en escribirlas; sobre todo desde que, extinguida la vitalidad de este antiguo Reino y desaparecidos los cronistas propios, ha caído la historia en el dominio común, aventajándonos todavía los extranjeros en el conocimiento de nuestros sucesos, que a nosotros no nos inspiran el deseo de consignarlos por escrito. En el siglo pasado, si bien no tuvimos historiadores, hubo a lo menos quienes enarrasen aunque sin crítica los sucesos de algún bulto, como el motín de Zaragoza en 1766 y la quema de su teatro en 1778; pero en el presenta la misma multitud de los acontecimientos, atropellándose y aun achicándose los unos con los otros, ha ocasionado un descuido punible, que no nos explicamos bien sino por el desprecio en que está la literatura en fuerza de su exuberancia. De los tres grandes centros de la coronilla, ya dos de ellos, Barcelona y Valencia, han fundado nuevamente el antiguo cargo de cronista, pero Zaragoza, ejemplo de indiferencia en estos puntos, aun no ha pensado en satisfacer esa necesidad histórica; y si el Ayuntamiento que hoy se halla al frente de esta ciudad reúne todas las buenas cualidades apetecibles para haber emprendido aquella creación, también es cierto que ha podido impedírselo el agobio de su espantoso déficit, que el patriotismo zaragozano debió apresurarse a enjugar con todo el lleno de su desprendimiento
Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854
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