Jerjes, rey de los Persas

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En la Apadana, el gran salón de audiencia del palacio de Susa, Jerjes se dirigió a su asamblea de nobles con estas palabras:
—Persas, no es mi intención ofender a los dioses. Lo que yo quiero es conquistar el mundo.
Y con el cetro trazó un elegante gesto para reafirmar sus honestas intenciones y su lealtad hacia los hombres y los dioses.
Jerjes, Rey de reyes, ocupaba su elevado trono sostenido por dos leones de oro de fiera expresión. Otros seis leones de oro, con idéntica expresión, flanqueaban ambos lados de las anchas gradas del trono. Jerjes se hallaba en la plenitud de su juventud viril. Su mirada iluminó la Apadana mientras se dirigía con una afable sonrisa a sus nobles (como para hacerles comprender que eso de «conquistar el mundo» era una aspiración perfectamente legítima para el Rey de reyes, esto es, el rey de los persas). Los nobles, apiñados entre las columnas, a cierta distancia unas de otras, ocupaban el salón hasta el fondo. Muchos de ellos, los de inferior condición, no alcanzaban a oír las palabras de Jerjes. Pero eso poco importaba, dado que ellos siempre estaban de acuerdo con los nobles de más alto rango que sí alcanzaban a entender las palabras que el rey pronunciaba con su voz sonora.

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