l firmamento, como gigantesco fanal de cristal azul colocado sobre el mar, comenzaba a palidecer hacia el levante y a teñirse de ese suave rosicler que recuerda las mejillas de una niña de quince abriles. El océano simulaba un lecho de brillantes esmeraldas levemente rizado por la brisa, y a los primeros rayos del sol naciente las crestas de sus ondas parecían acribilladas por millones de saetas de oro. Del lado de la tierra se dibujaba en elegante curva la línea gris de la playa que se dilata desde la Chacarita hasta la Punta; y paralela a ella, la nívea raya de las olas que iban a morir estruendosamente en la arena
La caida del aguila
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