Cuando el ejército del Campeador plantó sus tiendas a la orilla del mar
cercando a la hermosa ciudad, era la hora en que el lucero vespertino
amanece en el cielo vertiendo ráfagas de luz. Se transpuso por fin a las
lejanas nubes y salió encendida de las brillantes ondas la luna llena,
rayando en la altura de los montes. Temblaban en las espumosas aguas
sus plateados rayos y brillaba la playa tan clara y apacible, como si la
dorara la luz del mediodía. Los blancos pabellones colocados en la
sonante arena, que tal vez agitaba el viento, semejaban, mirados desde
el mar, otros tantos colosales fantasmas cubiertos con níveas y
anchurosas vestiduras.
La conquista de Valencia por el Cid
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