Las incursiones de los pintores en la literatura suelen producir obras asombrosas, pues su sensibilidad imprime a la palabra luz, color, textura, transformándola en materia rebosante de vida. La España negra, del pintor José Gutiérrez-Solana, apareció en 1920 y no volvió a editarse en condiciones hasta 1998.
Dedicada a Ramón Gómez de la Serna, La España negra no es un retrato de un pasado felizmente superado, sino un retablo que refleja los estratos más profundos de una nación reacia a la modernidad. A medio camino entre Azorín y Valle-Inclán, Solana utiliza una prosa descarnada y minuciosa para narrarnos sus viajes por España. En el prólogo, se describe a sí mismo como un muerto con los ojos del alma muy abiertos. Su viaje por distintas ciudades y regiones no es un simple itinerario geográfico, sino una travesía interior que no rehúye las zonas en penumbra, donde la razón se debate con el instinto.
La España negra destila el pesimismo y la melancolía de la generación del 98, pero sin esbozar ese desplazamiento hacia posiciones regresivas que marcará el rumbo de plumas como Unamuno, Ramiro de Maeztu y Azorín. Su espíritu está mucho más cerca del Valle-Inclán anarquista de los esperpentos, con un radicalismo que se tiende a ocultar o minimizar
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