El vicario levantó la vista del texto y se dispuso a comentarlo. La reducida congregación se acomodó plácidamente para escuchar. A excepción de cuatro de ellos, la «aristocracia» de los bancos tallados de Easthope, ninguno poseía grandes tesoros en la tierra. Para la mayoría, sus tesoros consistían en un cerdo, que sin duda estaba siendo «acumulado» para pasar la Navidad. Pero difícilmente habría ocasión de que la polilla y la herrumbre anidaran en él antes de que su solitaria vida migrara y se transformara en filetes y pasteles de carne. No es que los parroquianos más pobres del señor Long temieran que sucediera tal cosa, puesto que jamás relacionaban sus sermones con nada que tuviera que ver con ellos; salvo en una ocasión, cuando el buen hombre predicaba con la mayor seriedad contra la embriaguez y como consecuencia de aquello una viuda respetable dejó de asistir al servicio religioso porque, según ella, no estaba dispuesta a consentir que nadie, quienquiera que fuese, le hablara así después de todos los años que se había mantenido «abstemia».
La polilla y la herrumbre
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