Cap1  “El Kahira”, la “Victoriosa”; y “Bauvaa-be el bilad ech chark”, la
“Puerta del Oriente”; así llaman los egipcios a la capital de su país. Si la
primera denominación está hace mucho fuera de lugar, en cambio la
segunda subsiste a justo título. El Cairo es, en efecto, la puerta del Este.
Como tal, hállase dicha ciudad expuesta más que otra ninguna a la
penetración de los influjos occidentales, y la “Victoriosa” de un día está tan
decrépita por la acción del tiempo, que apenas puede ya resistirles.
De un año a otro, va haciéndose mas franca, y allí, donde, de una
puñalada, se asesinaba sencillamente a un europeo de calidad, sólo por
sostener que el sultán entraba con las botas puestas en el Aya Sofía, hoy un
yaur cualquiera puede visitar las quinientas veintitrés mezquitas de El Cairo
sin que le obliguen a descalzarse.
Shepheards Hotel, el Hotel Nuevo, el Hotel d’Orient, el Hotel du Nil, el
Hotel des Ambassadeurs y numerosas casas de huéspedes, cafés y
restaurantes ofrecen al forastero cumplida satisfacción de todas las
necesidades adquiridas en su patria; pero ha de pagarla a buen precio, y a
quien, como yo, no dispone precisamente de las rentas de un lord inglés,
hay que aconsejarle que se mantenga lo más apartado posible de estos
puntos de reunión de Cresos europeos.
Claro que tal consejo es mucho más fácil de dar que seguir, pues quien,
en calidad de extranjero, quiere esquivar los citados hospedajes y vivir a la
vez en El Cairo, se ve en la precisión de buscar acomodo en casa de algún
indígena y necesita, si no quiere que le engañen a cada momento, conocer a
fondo las costumbres del país y hablar, al menos pasablemente, el árabe.
Nadie debe fiarse de la honradez de intérpretes y criados. En efecto, se
puede encomendar a un sirviente una fortuna con la seguridad de que no ha
de tocarla; en cambio, en cada pequeña compra en que tenga que intervenir,
estafará a su amo unas cuantas paras e incluso piastras, y estas pérdidas, por
insignificantes que sean en sí, importan a la larga una cantidad respetable