Empezaba entonces a figurar en Tucumán, acusando un porvenir
brillante, el joven cura don José María del Campo, perteneciente a la
distinguida familia de don Leopoldo del Campo. Carácter firme y
apasionado, se había entregado a la carrera eclesiástica, con todo el encanto
que despierta la noble figura de Jesús. Educado por el buen franciscano
Padre Quintana se había ordenado en Tucumán, donde fue nombrado cura
párroco de Santa Cruz, departamento de aquella provincia.
En 1852, cuando cayó Rosas, y Urquiza empezó a dominar en el interior
por el triunfo de Caseros, el cura del Campo era un joven de 24 años. Con
su conducta ejemplar y la mansedumbre excepcional de su carácter, se
había hecho querer con locura por sus feligreses, que miraban en aquel
joven un amparo contra todas las desventuras de la vida. A él acudían los
perseguidos de la política, buscando un refugio contra el puñal de la
Federación, a él acudían los míseros a quienes las rapiñas de aquellos
gobiernos asesinos habían dejado en la calle, y a él acudían por fin todos los
que necesitaban un socorro y un consuelo. Y el joven del Campo atendía a
todos con igual cariño, tendiéndoles su mano generosa, partiendo con ellos
cuanto poseía, y haciendo del curato un amparo contra los perseguidos,
salvándolos así del degüello y el escarnio.
Los Montoneros
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