EL PARÍS QUE DESAPARECE
El torniquete de Saint-Jean, cuya descripción parecía fastidiosa en su
época al principio del estudio titulado Una doble familia (véanse las
«Escenas de la vida privada»), ese ingenuo detalle del viejo París, ya no
tiene más que esta existencia tipográfica. La construcción del actual
Ayuntamiento hizo desaparecer todo un barrio.
En 1830, los transeúntes todavía podían ver el torniquete pintado en el
rótulo de un vinatero, pero la casa que constituía su último asilo fue
derribada después. ¡Ay, el viejo París desaparece con una espantosa rapidez!
Aquí y allá, en esta obra, quedará de él, ora un tipo de habitación de la Edad
Media, como la que se describe al comienzo de El gato que juega a la
pelota, de la que aún subsisten uno o dos modelos, ora la casa habitada por
el juez Popinot en la calle Fouarre, espécimen de vieja burguesía. Aquí
yacen los restos de la casa de Fulbert, allá toda la cuenca del Sena en
tiempos de Carlos IX. Tal un nuevo Old mortality, ¿por qué el historiador
de la sociedad francesa no podría salvar estas curiosas expresiones del
pasado, del mismo modo que el viejo de Walter Scott refrescaba las
tumbas? Ciertamente, desde hace cosa de una década, las quejas literarias
no han sido en vano: el arte empieza a disfrazar bajo sus flores las innobles
fachadas de lo que en París se llaman las casas de productos, que uno de
nuestros poetas compara jocosamente con las cómodas
Los pequenos burgueses
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