A MADAME EVELINA DE HANSKA, CONDESA RZEWUSKA
Señora, he aquí la obra que me habéis pedido; al dedicárosla me siento
feliz por poder ofreceros un testimonio del respetuoso afecto que habéis
permitido que os exprese. Si soy acusado de impotencia tras haber
intentado arrancar a las profundidades de la mística este libro que, bajo la
transparencia de nuestro bello idioma, aspiraba a las luminosas poesías del
Oriente, la culpa es vuestra… ¿Pues no sois vos quien me ha ordenado esta
lucha, semejante a la de Jacob, al decirme que el más imperfecto dibujo de
esta imagen, por vos soñada, como lo fue por mí desde la infancia, os
supondría aún algo? He pues, aquí, ese algo. Y como esta obra no puede
pertenecer exclusivamente si no a esos nobles espíritus preservados, como
vos lo estáis, por la soledad, de las pequeñeces mundanas, ellos sabrán
imprimirla el melodioso compás que le falta, y que en manos de uno de
nuestros poetas habría constituido la gloriosa epopeya que Francia espera
aún; mas ellos lo aceptarán de mí como una de esas balaustradas
esculpidas por algún artista pleno de fe, y en las cuales se apoyan los
peregrinos para meditar el fin del hombre, contemplando el coro de una
bella iglesia.
Quedo con todo mi respeto, señora, vuestro devoto servidor,
de Balzac.
París, 23 de agosto de 1835.