El peregrino entretenido

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PREÁMBULO
Como pájaro emigrante, siento con el buen tiempo necesidad de volar;
la nostalgia de la vida de campo, de vagabundear al sol y al aire libre. Unas
veces a pie, otras en cabalgadura, salgo de la ciudad casi todos los años y
hago una correría, más o menos lejana, para gozar de la buena vida
bohemia.
Como ando sin prisas, me detengo, a menudo, para conversar con los
labradores en el campo, o con traficantes y viajeros, en ventas y posadas.
Estas conversaciones son no menos entretenidas que instructivas, pues
aprendo muchas cosas nuevas sobre las costumbres del país que recorro, y
los gustos y variados caprichos de los hombres.
En ocasiones, con achaque de éntrome acá que llueve, o hace un sol que
rabia, me refugio en ventas y paradores donde encuentro, de ordinario,
carreteros, mercachifles y rufianes; y con esta gente me entretengo
envidando rondas de vino, fritos picantes o cosas de más enjundia; «para
que se vea —diré con Antonio Pérez— que es necesario a los peregrinos
templarse a ratos como instrumentos, para entretenimiento de los con quien
tratan».
Al oscurecer, me alojo en mesones o me hospedan en hidalgas moradas.
Como quiera que sea, antes de acostarme me quito el traje de viajero, sucio
de polvo y de barro, y, como dice elegantemente Maquiavelo, me revisto
con el pensamiento un traje de corte, con manto de armiño, para anotar las
impresiones del día. Tal es la génesis de este libro, que a Dios plegue sea
muy leído para que cunda la afición a las excursiones, a los
entretenimientos peregrinos al aire y al sol, dispensadores de salud y
fortaleza

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