Durante los dieciocho meses que precedieron a la I Guerra Mundial, según
Michael Holroyd, hubo una suerte de euforia colectiva y compulsiva que
caracterizó a quienes daban fiestas en Londres, o a quienes asistían a ellas. La
correspondencia de Lytton Strachey demuestra que se había dejado arrastrar por
un torbellino de pasión por la vida social. Fue en este tiempo, ajeno a la
catástrofe que se avecinaba, en el que Lytton Strachey escribió una curiosa
novelita en la que parodia el género de la literatura libertina francesa.
Lo cierto es que el futuro biógrafo no se decidía a iniciar aquella colección
de estudios biográficos, Victorianos eminentes, mediante la que se había
propuesto criticar las deficiencias de la sociedad de la reina Victoria, se trataba
de una obra que iba a reclamar de él una dedicación exigente y exclusiva, una
obra que, en fin, sólo después de la guerra pudo ver la luz. Remoloneaba todo lo
que podía ante las dificultades que adivinaba en el camino. Citaré por extenso el
resumen del contenido de la obra y el contexto en el que, según Michael
Holroyd, el biógrafo del biógrafo, se entiende el nacimiento de esta narración:
Ermyntrude y Esmeralda
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