En mis correrías por América vine á parar á una barraca gomera del rio
Madre de Dios, en la que permanecí cerca de tres años.
Aislado de la civilización, metido entre indios y peones mestizos, eran
mis únicas delicias la caza y la literatura. Á falta de libros donde estudiar,
divertía las noches en emborronar cuartillas, poniendo en limpio mis
apuntes de la Argentina y Bolivia, ó haciendo versos como ejercicio de
composición para escribir mejor en prosa.
Así, en el silencio de la selva virgen, sólo turbado por la rumorosa
corriente del caudaloso tributario amazónico, en una de cuyas barrancas
estaba emplazado el centro gomero, escribí La CoLOMBiADA y El
Vellocino de oro; obra esta
Última que versaba sobre la expedición de Gonzalo Pizarro al país de
Eldorado y la subsiguiente escapada de Orellana, Amazonas abajo hasta
salir al mar.
En el aderezo de ambas empleé espacio de año y medio; el plazo
estricto que señala el saladísimo Vélez de Guevara: «Que al poeta que
hiciere poema histórico, no se le dé de plazo más que un año y medio; y que
lo que más tardare, se entienda que es falta de la Musa». (El Diablo
Cojuelo.)
La Colombiada
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