Un día del mes de octubre del año 1844, alrededor de las tres de la
tarde, un hombre de unos sesenta años de edad, pero que representaba
algunos más, caminaba por el bulevar de los Italianos, con la nariz en la
pista y los labios plegados hipócritamente, cual comerciante que acabase de
concluir un negocio excelente, o como un joven satisfecho de sí mismo
recién salido de un tocador. Esto constituye, en París, la expresión más
perfecta de la satisfacción personal en el hombre.
Los parientes pobres (2) & Los comediantes sin saberlo
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