Brompton-on-Sea —servirá cualquier lugar que no aparezca en la guía
de ferrocarriles Bradshaw—: Brompton-on-Sea en abril.
El aire cortante y soleado; el mar azul y rizado pero sin oleaje; todo
verde, lo visible y lo oculto, alegremente a escena. Pájaros atareados sobre
briznas de paja y pelusa; una audaz mariposa de paseo, para variar, por
territorio desconocido; otra mariposa audaz bailotea a media altura, entra y
sale y da vueltas en torno a la primera. Una hilera de casas idénticas se alza
frente al mar. Idénticas en la medida en que las fachadas de estuco y las
puertas y ventanas simétricas les permiten serlo: pero una de las casas de la
monótona serie era digna de verse por la mayor cantidad de jacintos y rosas
tempranas del diminuto jardín delantero y de varios de sus alféizares. A
juzgar por las apariencias, y, por una vez, sin engaño, aquélla tenía que ser
una residencia particular en un paseo marítimo lleno de casas de huéspedes.
Una casa bonita también por dentro, acogedora en invierno, fresca en
verano; en aquel momento, a mediados de primavera, lo bastante soleada
para tener una ventana abierta y lo bastante fresca para que ardiera un fuego
brillante en la salita del desayuno