Tragedias I

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Este volumen incluye algunas de las mejores tragedias de
Eurípides.
Medea, que se representó el 431 a. C., es seguramente su obra
maestra. Jasón, esposo de Medea y padre de sus hijos, va a
repudiarla y a casarse con la hija de Creonte, rey de Corinto.
Medea, despechada y colérica, se vengará: simula haber sido
convencida por Jasón y envía a sus hijos con ricos regalos para la
novia al palacio de Creonte; pero esos regalos contienen un conjuro
mortal que acaba con Creonte y su hija primero y luego, para
agravar la desgracia de Jasón, con los hijos de éste, que son los
suyos propios. Medea muestra hasta qué extremos aberrantes
pueden llegar las pasiones desatadas: según Lesky, en ninguna otra
creación del teatro griego se han presentado con tanta nitidez las
fuerzas oscuras e irracionales que pueden brotar del corazón
humano.
Hipólito (428 a. C.) acompaña a Medea en la cima de la creación de
Eurípides. Muestra la terrible pasión de una mujer enamorada y la
firmeza casi enfermiza de un muchacho perfecto. Fedra desea a su
hijastro Hipólito, casto y adepto a la diosa Artemis, quien la rechaza.
En una carta dirigida a Teseo, su esposo, Fedra acusa a Hipólito de
haberla seducido, acusación que tendrá graves consecuencias.
Éstos son los dos personajes más heroicos del dramaturgo, al punto
de que él incurre en «hýbris», o insolencia frente a los dioses. Sin
embargo, media ya un abismo entre ambos y los héroes
arquetípicos de Esquilo y Sófocles, puesto que son humanos en su
inconstancia.
Los Heraclidas es una tragedia de índole político-patriótica, en la
que se relata la generosidad con que los atenienses trataron a los
hijos de Heracles, y el pago injusto que recibieron: se trata de una
denuncia de la invasión espartana del Ática

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