Por una serie de coincidencias derivables de los escolios a Aristófanes,
Tesmoforiazusas, versos 1012 y 1060–1061, sabemos que la Helena se
representó por vez primera en 412 a. C. La versión de Eurípides sigue
fielmente las de Estesícoro (Palinodias, fragmentos 62–63 de los Lyrica
Graeca Selecta de Page) y Heródoto (II 112–120).
Hermes ha trasladado a la esposa de Menelao a Egipto, junto al anciano
rey Proteo, una racionalización del dios marino, tan pródigo en
metamorfosis. Entre tanto, los héroes, al pie de Ilión, combaten por una
imagen hecha de nube, por una falsa Helena. En Heródoto, esta fantástica
visión del mito tradicional explicaba racionalmente la contienda troyana;
según esa explicación, Príamo no hubiera dudado en devolver Helena y
tesoros para evitar la mortandad, y no hubiese jamás prevalecido el capricho
de Paris sobre el buen sentido de Héctor; pero los dánaos, cegados por un
dios, se negaron a aceptar las evasivas –lógicas, pues Helena no estaba en
Troya– del rey teucro, y la sangre corrió por las llanuras anatolias hasta
inundar los ríos de cadáveres. En Eurípides, un espíritu inquieto, siempre en
renovación, la subversión de la leyenda ya no explicaba nada, justificándose
a sí misma en tanto que intriga novelesca o nuevo sesgo de una fantasía.
Tragedias Volumen III
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